Opinión

El Correísmo ha muerto: Ecuador entierra su revolución

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El 13 de abril de 2025, Ecuador no solo eligió a Daniel Noboa como presidente; ese domingo, el país asistió al funeral de la Revolución Ciudadana. El correísmo está muerto. No en un sentido literal sus estructuras persisten, sus líderes aún hablan, sus bases no han desaparecido del todo, pero su esencia, su capacidad de movilizar multitudes y definir el destino de una nación, se desangró en las urnas. Lo que alguna vez fue un titán político, un movimiento que marcó una era con promesas de redención, se derrumbó bajo el peso de sus errores. Y los pocos que aún sostienen su bandera no tardarán en irse, atados a un Rafael Correa que, a sus 62 años, parece más una sombra de sí mismo que un faro de renovación.

Luisa González llegó a la segunda vuelta con una coalición que parecía imbatible. Por primera vez, el correísmo logró un pacto con el movimiento indígena, liderado por Leonidas Iza, presidente de la Conaie. Junto a ellos, un frente de izquierdas socialistas, colectivos sociales, plataformas menores se unió bajo una bandera de unidad. Y como joya de la corona, Jan Topic, el tecnócrata de discurso duro contra la inseguridad, fue presentado como futuro ministro del Interior, un intento de conquistar a votantes urbanos hartos del caos. Era un arsenal político sin precedentes: el 5% de votos de Iza en la primera vuelta, la maquinaria correísta, el carisma de Topic. Todo estaba alineado para romper su techo electoral y recuperar el poder. Pero el sueño se convirtió en pesadilla.

Cuando los resultados llegaron, con Noboa arrasando con más del 55% de los votos, la derrota fue una aniquilación. El correísmo se desmoronó. La prueba más cruda de su muerte no estaba en los números, sino en el silencio que siguió. En semanas previas, Correa, desde su exilio en Bélgica, y González, en mítines encendidos, advirtieron que, si los resultados no los favorecían, las calles se alzarían para defender la “voluntad popular”. “No permitiremos otro fraude”, proclamaban, evocando protestas que alguna vez paralizaron el país. Pero cuando el Consejo Nacional Electoral anunció los resultados que los daban como perdedores por un margen abrumador, no pasó nada. Ni marchas, ni barricadas, ni gritos en las plazas de Quito, Guayaquil o Cuenca. Las calles, que alguna vez fueron escenario de la rebeldía correísta, permanecieron en silencio.

Los simpatizantes, que llenaron estadios y desafiaron gobiernos, no salieron a pelear. No fue resignación, sino una claridad dolorosa: el correísmo se había condenado a sí mismo. La ausencia de protestas fue el epitafio de un movimiento que perdió su razón de ser. Si ni sus fieles creyeron en la lucha, ¿qué queda de la Revolución Ciudadana? Y los pocos que persisten, aferrados a ideales desvaídos, no tardarán en marcharse, sin un líder ni una visión que los mantenga.

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¿Cómo un movimiento que dominó Ecuador durante una década llegó a este punto? Rafael Correa, a sus 62 años, sigue siendo el corazón del correísmo, pero su peso es insostenible. Antes un líder carismático, su discurso suena anclado en una nostalgia que no conecta con un país asfixiado por la violencia y el desempleo. Su influencia ahoga nuevas voces. Figuras como Luisa González, no logran desprenderse de su legado, y sus campañas resuenan como ecos de un pasado que no encaja con el presente. Hasta los correístas más fieles lo reconocen en voz baja: el hombre que alguna vez pareció invencible se siente desconectado, incapaz de ofrecer ideas frescas.

El círculo cercano del correísmo no ayudó. Figuras como Paola Cabezas y Ricardo Patiño, prominentes en la cúpula, hicieron más daño que bien. Cabezas, con frases inexplicables que rayaban en lo ridículo como “ecuadólares” y su insistencia en una desdolarización que desconcertaba incluso a los propios simpatizantes, personificó el agotamiento de un discurso que ya no tenía lugar. Figuras como ella, cuyo tiempo si alguna vez lo tuvieron acabó hace mucho, se convirtieron en lastres, alejando a posibles aliados y reforzando la imagen de un movimiento atrapado en su propia burbuja. Patiño, envuelto en controversias, no fue mejor, sumando más ruido que valor. Su presencia evidenció una verdad incómoda: el correísmo priorizó la lealtad sobre la capacidad, rodeándose de voces que espantaban a quienes podrían haber ampliado su alcance.

La alianza con Iza y el movimiento indígena, aunque histórica, fue frágil. Las heridas del pasado protestas indígenas reprimidas bajo el gobierno de Correa no sanaron. Iza no pudo trasladar su 5% de votos a González, y sectores como la CONFENIAE, que apoyaron a Noboa, dejaron claro que el movimiento indígena no es monolítico. La alianza, pensada como un cambio de juego, fue un matrimonio de conveniencia.

La incorporación de Jan Topic fue otro error. Traído para atraer a votantes urbanos preocupados por la seguridad, sus lazos previos con el entorno de Noboa generaron desconfianza entre los correístas, mientras que su discurso duro no convenció a los indecisos, que veían en Noboa una opción más sólida. Topic no fue un salvador; fue un extraño en una campaña que no supo qué hacer con él.

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El mensaje fue un desastre. El correísmo quiso ser todo: progresista para las izquierdas, plurinacional para los indígenas, firme contra el crimen para los desencantados. Al intentar abarcarlo todo, no inspiró a nadie. La campaña de Noboa, con su enfoque claro en seguridad y juventud, atravesó el ruido, mientras que las promesas del correísmo sonaban como estribillos cansados de una era lejana.

El correísmo no desaparecerá de la noche a la mañana. Tiene asambleístas, y una base que se aferra a sus días de gloria. Pero el 13 de abril de 2025 marcó su muerte simbólica, y lo que queda es un cascarón vacío. Sin un Rafael Correa vibrante, sin un líder que reavive la esperanza, el movimiento está condenado a desmoronarse. A sus 62 años, Correa ya no es el caudillo que galvanizó a una nación; es una voz del pasado, incapaz de conectar con un país que ha seguido adelante. Los leales que resisten, movidos por nostalgia, se irán desvaneciendo al ver que el correísmo no ofrece futuro. Sin juventud, sin liderazgo renovado, sin un mensaje que resuene, el correísmo es una reliquia que espera su último aliento. En las calles vacías de Ecuador, donde nadie salió a defenderlo, se escribió su destino: la revolución que juró cambiarlo todo murió porque no pudo cambiarse a sí misma. Y aquellos que aún la lloran pronto se dispersarán, dejando atrás un legado que no estaba destinado a durar.

Marco Nahum Montes

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