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Opinión

Ecuador Rehén de Farsa Indígena que Traiciona al Pueblo y Exige Castigo

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Ecuador está secuestrado, atrapado en una farsa que lleva más de 30 días destrozando el país. Lo que se vendió como un «paro nacional indígena» por el subsidio al diésel se ha convertido en una pesadilla de más de 30 días. Esto no es un paro, nunca lo fue. Es un engaño criminal, una puñalada al corazón del pueblo ecuatoriano disfrazada de lucha social. Este movimiento no representa a los indígenas ni a nadie más que a un puñado de líderes oportunistas que han transformado la protesta en terrorismo descarado. El gobierno debe actuar con mano de hierro, sin contemplaciones, porque el pueblo no merece más traición.

Un paro verdadero une a un país: miles en las calles, demandas claras, un clamor que dobla al poder. ¿Eso vimos? ¡Nunca! En su primera semana, este supuesto «paro» fue un fracaso absoluto, un espejismo que se derrumbó ante el rechazo de un Ecuador harto. Más de un millón de indígenas en la Sierra y Amazonía, que viven del sudor en campos, mercados y talleres, dieron la espalda a la CONAIE. En Imbabura y Cotopaxi, donde esperaban fuerza, solo hubo silencio. Comunidades montubias y bases indígenas gritaron en redes y plazas que esta no era su lucha, que querían empleo, salud, seguridad, no caos.

¿Por qué se desinfló? Porque este «paro» nunca fue por el pueblo. La quita del subsidio al diésel impacta, claro, pero ¿justifica asfixiar a una nación? El 80% de la producción agrícola de la Sierra, flores, frutas, leche se pudre, sin llegar a mercados, pero el verdadero golpe lo sienten las familias que pierden su sustento. La fragilidad inicial no fue un traspié; fue la prueba de que esta farsa nació sin alma.

Sin apoyo, la CONAIE no dialogó, no reculó: optó por el caos, los bloqueos se convirtieron en un puño que estranguló al país. Imbabura y Cotopaxi se volvieron zonas de conflicto. En parroquias, indígenas atacaron a sus propios vecinos por no sumarse al vandalismo. ¿Quiénes pagan? Los olvidados: floricultores que caminan kilómetros para salvar sus cosechas, campesinos sin acceso a alimentos, montubios con cultivos perdidos. Esto no es protesta; es extorsión pura. Líderes como Marlon Vargas, seguros en sus escritorios, mandan a las bases a bloquear y amenazar, mientras el hambre y la ruina aplastan a los que dicen defender.

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A día de hoy, la verdad estalló: este «paro» es terrorismo descarado. No solo contra el gobierno o las Fuerzas Armadas con militares secuestrados y heridos, sino contra el país entero. En Otavalo, comunidades están secuestradas, sin comida, medicinas ni salida. Una trabajadora indígena en Otavalo fue atacada y despojada por su propia «comunidad» por querer trabajar. Hoy, tras más de 30 días, esto es un secuestro masivo: Otavalo bajo asedio, parroquias incomunicadas, sin internet ni teléfono, atrapados en una represión fratricida. Los niños sufren lo peor: escuelas cerradas, sin médicos, marcados por un trauma imborrable. Esto no es defensa; es traición, un terrorismo interno que ha robado millones y destruido vidas honestas.

No llames a esto paro. Es una estafa, una insurrección fracasada que se disfraza de justicia mientras asfixia al pueblo. Líderes que exigen salarios de $650 mientras el país se desangra no son héroes; son oportunistas. El gobierno cortó el diálogo, y con razón: no se negocia con secuestradores. Desde el privilegio de Quito o Guayaquil, donde la vida sigue normal supermercados llenos, tráfico fluido, confieso: aquí no hay crisis. Pero en Otavalo, Cotopaxi, el infierno es real. Líderes que juraban defender a los indígenas los han convertido en rehenes: extorsionados, incomunicados. Esto no se resuelve con palabras; se acaba con acción implacable. Daniel Noboa debe desplegar a las Fuerzas Armadas, liberar las vías, encarcelar a los responsables y restaurar el orden. La ley no se doblega ante criminales; la justicia no perdona traiciones. Ecuador no es trofeo de unos pocos. Esta farsa debe caer, no por diálogo, sino por la fuerza de un país que exige paz. Si no actuamos ahora, el fracaso será nuestro. ¡No más engaños! Que la verdad golpee con la fuerza de un martillo.

Marco Nahum Montes