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mayo 7, 2024
enero 18, 2021
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El día que Trump venció a Hollywood

Los más imaginativos guionistas de Hollywood y sus alrededores gestaron periódicamente películas de ciencia ficción en las que los máximos símbolos del poder estadounidense (la Casa Blanca y el Capitolio) eran atacados, y en algunos casos triturados, por una corta lista de personajes: extraterrestres, terroristas y desquiciados.

Esa saga cinematográfica tuvo un hito clave en 1996, cuando se estrenó “Día de la independencia”, que incluía una imagen que nunca antes se había producido con una contundencia tan estremecedora e impactante: un rayo disparado por una gigantesca nave alienígena convertía en polvo la Casa Blanca, en la que felizmente ya no se hallaba el presidente.

Gracias a esa escena, en el imaginario colectivo mundial se enquistó la idea de vulnerabilidad, aunque sea quimérica, de la máxima potencia militar y económica del planeta.

Luego, llegarían a las salas de cine filmes como “La caída de la Casa Blanca”, “Presidente bajo fuego” y “Objetivo: la Casa Blanca”, para solo citar algunos representativos, en los que terroristas norcoreanos y de otros países, más “subversivos” de otra índole, asociados generalmente con un poder extranjero, destruían con granadas, misiles, bombas y balazos los elegantes salones y los pétreos muros del Capitolio y la Casa Blanca.

Pero ni al más imaginativo creador cinematográfico se le ocurrió pensar en la posibilidad, así sea ficticia, de que algún momento el Capitolio sería tomado, como sucedió el pasado 6 de enero, por un grupo de extravagantes personajes estadounidenses, azuzados por el mismísimo presidente Donald Trump.

El instante en el que Jacob Anthony Chansley, conocido como Jake Angeli, ocupó el Capitolio  junto a decenas de extremistas y “presidió” el Senado  con su disfraz de bisonte, mandó simbólicamente a la jubilación a muchos guionistas de Hollywood, quienes jamás llegaron a concebir las escenas de esa funesta jornada para la democracia estadounidense.

Dueño de una voz descrita por algunos medios de información como “áspera, pero singular”, Angeli, de 27 años, con los colores de la bandera de Estados Unidos pintados en su rostro, no tuvo desparpajo en compararse con Gandhi, Jesús, o Martin Luther King, ya que, según él, comparte con ellos el germen de la desobediencia civil, en su caso apuntada a desconocer la legítima victoria electoral de Joe Biden.

La “victoria” de Angeli al ocupar los salones del corazón político de Estados Unidos,  fue, en el fondo, el triunfo de Donald Trump, quien durante su presidencia machacó día a día los cimientos de la democracia con más efectividad que las imaginarias explosiones que demolían la Casa Blanca y el Capitolio en la películas de Hollywood. Trump cerraba así, con la desconcertante jornada del 6 de enero, un insólito y cruel guión.

Las huellas de esa “actuación” han quedado grabadas en piedra en la historia de la democracia estadounidense, donde hoy no existe lugar para la fantasía, ya que Angeli, Trump y todos los asaltantes que ocuparon el Capitolio rompieron no solo chapas y vidrios, sino quebraron una tradición de respeto a la norma y el debate de ideas a través de los canales democráticos.

Desconcertado, Estados Unidos enfrenta el reto de impedir que el virus del desorden inoculado por Trump en el sistema carcoma las bases del acuerdo social establecido por la  Constitución, vigente desde hace 231 años, un riesgo latente incluso después de la posesión de Biden, este 20 de enero.

Ese virus será el peor legado de Trump, quien  en sus cuatro años de gestión, con total descaro y sin secretos escondidos, imitó políticamente a los ilusionistas de la película “El gran truco”, quienes subvierten una sociedad entera con artilugios que burlan incluso a la muerte.

En ese filme uno de los actores decía: “El secreto no impresiona a nadie. El engaño que has empleado lo es todo.” Trump cumplió a cabalidad ese principio, y deja a  Estados Unidos con la dura misión de despertar de su embrujo y del de todos los personajes que convirtieron la ocupación del Capitolio en un dramático escenario, no de ficción o magia, sino de cruda y sobrecogedora realidad.
Fuente: Página siete
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